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del
F C E
ONDO DE ULTURA CONÓMICA
505
ORIENTE Y OCCIDENTE EN TIEMPOS DE LAS CRUZADAS
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Traducción de
AGUSTÍN EZCURDIA HÍJAR
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Oriente y Occidente en tiempos de
las cruzadas
por CLAUDE CAHEN
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Primera edición en francés, 1983
Primera edición en español, 1989
Primera reimpresión, 2014
Primera edición electrónica, 2016
© 1983, Éditions Aubier, París
Título original: Orient et Occident au temps des Croisades
D. R. © 1989, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-4431-2 (mobi)
Hecho en México - Made in Mexico
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INTRODUCCIÓN
¡Otro libro sobre las cruzadas! ¡Como si no existieran ya muchas docenas, sin
hablar de los miles de artículos!1 Con riesgo de parecer presuntuoso, diré que la
calidad de estas publicaciones es, con mucha frecuencia, inversa a su cantidad, y
que las mismas causas de su proliferación, el peso que han hecho gravitar sobre
la investigación científica, con o sin el conocimiento de los mismos especialistas,
han inclinado y hasta falseado el espíritu y el método. Es que las cruzadas, con
sus prolongaciones en el Oriente llamado latino, no son solamente un objeto de
estudio para el historiador; forman parte de la imaginería mental de lo occidental
poco cultivado, sobre todo, pero no exclusivamente, en Francia. Desde los
tiempos de las cruzadas mismas se las ha presentado en un clima de pasión
evidentemente mal avenido con la pura investigación objetiva; se tiñen, tanto en
la Edad Media como en nuestros días, de ideas y sentimientos que son los de los
autores y lectores, no los de los actores. El historiador profesional, volens nolens,
es también un hombre que sufre alguna influencia de las ideas que lo rodean.
Por paradójica que esta afirmación pueda parecer, las cruzadas han sido largo
tiempo uno de los fenómenos históricos menos conocidos, y a pesar de
importantes progresos recientes, parecen exigir todavía muchas más
investigaciones nuevas.
No sería inútil, a este respecto, considerar la historia de las cruzadas.2 Desde el
origen, han sido desde luego el monopolio de los medios feudales y clericales y
durante siglos han servido principalmente ad majorem gloriam de la Iglesia y de
la fe. Por reacción, en el tiempo moderno, en ciertos medios laicos o protestantes
no franceses, se denuncia en las cruzadas una empresa de intolerancia y
oscurantismo o una política ambiciosa del papado. Desde que la historia imbuida
por la democracia se interesa por los pueblos, al mismo tiempo que por sus jefes
de guerra y de creencia, se ha podido, románticamente, celebrar la grandeza de
un movimiento de entusiasmo popular emancipador o, al contrario, incriminar la
codicia de los señores feudales, el espíritu de lucro de los mercaderes, la avidez
sanguinaria de las masas. Más recientemente las cruzadas pueden ser la ocasión
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para glorificar las formas sociales antiguas, la superioridad de la autoridad
monárquica sobre toda forma de anarquía; han podido ser interpretadas como
una primera manifestación de una misión colonizadora o más modestamente
como el alba de esa influencia cultural ejercida por Francia en Oriente desde hace
unos dos siglos. No hay que sonreír: no hace mucho tiempo que una “buena”
cruzada ha hecho que a su autor se le acoja en la Académie Française.3 En el
extranjero se vio en ocasiones, en las cruzadas, según el país o la confesión
religiosa, la grandeza de un espíritu misionero, el despertar de una comunión
europea, el arranque, gracias a los italianos, de las primeras formas de
capitalismo, etc. En el tiempo contemporáneo los israelíes buscan en las
cruzadas a los precursores de su empresa nacional, y los árabes, en las luchas de
sus antepasados para recuperar el país, un envalentonamiento de su voluntad
antisionista.
Todo esto, desde luego, es en un sentido exterior a la ciencia, aunque se hayan
podido hacer estudios perfectamente válidos en el marco de obras nacidas de
tales ambientes, y quizá gracias a ello. Aun en los trabajos fundamentalmente
científicos ha tenido lugar una evolución considerable entre el siglo XIX y el
principio del XX, y los de la última media centuria. Largo tiempo concebidos
como una especie de extrapolación del Occidente, las cruzadas y el Oriente latino
han sido considerados de tres maneras aparentemente contradictorias y, de
hecho, convergentes: o bien aisladamente, como una realización sui generis,
comparable con ninguna otra, casi sin relación con los otros aspectos de la
historia; o como un acontecimiento tan capital que todo lo sucedido en su tiempo
se orquestaba en derredor de él; o, en fin, como una manifestación de una
civilización occidental global en el seno de la cual no se introducía ninguna
diferenciación. Sobre este último punto de vista los juristas del siglo XIX
sobresalieron al componer una imagen de instituciones feudales sintéticas, de las
cuales las Audiencias de Jerusalén les parecían una de las más perfectas
expresiones; en la medida en que, sin embargo, se encontraban en ellas lagunas
u oscuridades, se las podía completar o explicar por cualquier tradición
occidental. Que las cruzadas fuesen consideradas así o como algo en sí mismo, el
resultado fue igual: ha sido necesario esperar casi hasta la presente generación
para que se emprendiera el estudio comparativo del Oriente latino y del
Occidente y, en el seno del primero, el estudio comparativo de los diversos
principados.4
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Las cruzadas interfieren con muchas otras cosas que no son las cruzadas;
particularmente con la historia de las relaciones económicas entre el Oriente y el
Occidente, pero también con cuestiones políticas, culturales, etc. Sin duda, en las
líneas de demarcación interviene una cuestión de definición, y se puede
comprender que se haya calificado de “cruzadas” a ciertas instituciones porque
aparecen o se desarrollan bajo los auspicios de las cruzadas o con ellas. Pero no
da igual llamar a un fenómeno con un nombre o con otro cuando esto orienta la
reflexión en una dirección arbitraria o aureola este fenómeno de un prestigio sin
relación con la realidad. Ciertamente se ha estudiado el “comercio de Levante”, y
sería injusto decir que quienes lo han hecho ignoran el Oriente latino, o que los
historiadores del Oriente latino no se han preocupado nunca del comercio. En el
segundo caso, sin embargo, se trata muy a menudo de apéndices o de capítulos
separados. No se puede decir que se haya tratado de conectar de manera
profunda los diferentes problemas, de lo que resulta, sobre todo, una
indiferencia por la cronología para todo lo que no es propiamente el orden de los
eventos. Sé bien que ésta es la moda, pero el autor se condena así a renunciar a
una comprensión real del problema.
Además, casi todo lo que se ha escrito ha sido desde un punto de vista
occidental. Si bien la cruzada es un fenómeno occidental, del cual no hay que dar
cuenta desde un punto de vista oriental, no se inserta menos en una coyuntura
oriental y puede resultar de interés para confrontar las dos sociedades que pone
frente a frente. Alguna vez —muy superficialmente, además— se ha hablado de
las influencias de Oriente sobre Occidente por la intermediación de las cruzadas,
como si hubieran sido la única o la principal vía, pero se ha descuidado el
impacto inverso del Oriente llamado latino sobre una población indígena que
sigue siendo ampliamente mayoritaria. Los dos siglos del Oriente latino no dejan
de ser una fase de la historia de Siria-Palestina, y más extensamente debe
considerarse la interacción en los dos sentidos, del mundo mediterráneo y del
Cercano y Medio Oriente. No ignoro que se han hecho algunas tentativas en este
sentido, pero han versado casi exclusivamente sobre los hechos políticos y
militares y, es necesario decirlo, con un conocimiento muy elemental del
Oriente, cuando no con una completa ignorancia de sus lenguas. Huelga decir
que el estudio de los contactos e influencias debe hacerse desde todos los puntos
de vista de una historia global, y que es inconcebible pretender hacer progresos
serios sin un conocimiento de las lenguas, cosa que los claustros universitarios
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hacen, quizá, difícil, pero que debe lograrse.5 Lo mismo se aplica al caso
intermedio de Bizancio, donde, sin embargo, los trabajos de los bizantinistas nos
colocan en mejor situación.
Lo que precede define el espíritu en el cual hemos emprendido este libro.
Intentamos relacionar la cruzada con lo que no es la cruzada, en el Mediterráneo,
es decir, en Occidente, poniendo un acento particular sobre la historia del
comercio. Al mismo tiempo tratamos de presentar la historia del Oriente llamado
latino como un momento de la historia general del Oriente. No pretendemos
haber hecho más que proponer algunas líneas de investigación: nadie es
omnisciente y, en un terreno a este respecto casi virgen, no se puede esperar
mucho más que la obra imperfecta pero útil del descifrador.
Me ha parecido superfluo relatar de nuevo lo que el lector puede encontrar sin
trabajo en su propio acervo cultural, o en las grandes obras a su disposición
(véase la bibliografía). Resulta evidente la desproporción entre ciertas secciones
que, me pareció, ameritan más desarrollo, porque versan sobre hechos mal
conocidos o, según yo, mal interpretados, y otras que quedan como simples
alusiones, sin hablar de las lagunas involuntarias. No ignoraba los
inconvenientes de esta decisión, pero hacerlo de otra manera habría duplicado el
volumen del libro sin provecho real.
Comencé la redacción de esta obra hace 30 años. Naturalmente desde
entonces han aparecido muchos trabajos y yo mismo he evolucionado. He
intentado reunirlo todo. Contaba con el “ocio” del retirado para hacerlo mejor;
pero dificultades con mis ojos limitaron mis posibilidades. El lector notará sin
esfuerzo las deficiencias y desequilibrios de composición que de ello resultan.
Según el consejo de un viejo maestro, me pareció, inmodestamente quizá, que a
mi edad lo mejor era dar, sin esperar más, lo que podía. Agradezco al señor
Lemerle (quien también se tomó el trabajo de revisar mi texto) y a la editorial
Aubier, que editó el original en francés, por haberlo aceptado tal cual, y espero
que el lector no me condenará muy severamente. Agrego con gusto que el libro
no habría podido ver la luz sin la devota ayuda de mi esposa y de la señorita
Thérèse Naud.
CLAUDE CAHEN
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