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José Revueltas
LOS DÍAS TERRENALES
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José :Revueltas
LOS DÍAS
TERRE ALES
biblioteca
ERA
142247
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A Rosaura y Andrea
A María Teresa
Edición original:
Editorial Stylo, México, 1949
Primera edición en Biblioteca Era: 1973
Segunda edición en Biblioteca Era; 1976
DR © 1973, Ediciones Era, S. A.
Avena 102, México 13, D. F.
Impresd' y hecho en México
Printed and Made in Mexico
" ... hay una cierta lógica, una línea que cada I
uno debe dar a su destino. Yo soporto so
lamente la desesperanza del espíritu ..."
En el principio había sido el Caos, mas de pronto aquel
J EAN RosTA ND
lacerante sortilegio se disipó y la vida se hizo. La atroz
vida humana.
-Han de ser por ahi de las cuatro -repuso la voz. de
uno de los caciques-; nos queda tiempo de sobra ...
En el principio había sido el Caos, antes del Hombre.
hasta que las voces se escucharon.
La respuesta del cacique no fue inmediata sino que hizo
un gran espacio de siiencio, como oráculo misterioso y grave
para decirle a Ventura -de quien Gregario reconoció la
voz al escuchar la pregunta- las horas que eran en esos
momentos de la madrugada.
La voz del Tuerto Ventura aprobó:
-Por ahi de las cuatro. Nos queda tiempo de sobra; pero
hay que darse prisa.
Entonces, como si lanzase pequeñas chispas invisibles des
de alguna remota hoguera --el mismo breve y menudo
estallar de los troncos lejanos al abrazo de un fuego igual
mente lejano-, la noche produjo en uno y otro sitio, en
uno y otro rincón de las tinieblas, un extraño rumor de
misteriosas crepitaciones, herida aquí y allá po'r un viento
de puñales, primero dulce y espaciadamente y después en
un allegro cruel, impetuoso y joven.
Gregario entrecerró los ojos pero ya no pudo experimen
tar nuevamente aquella otra sensación del principio, en el
tiempo del Caos, cuando se recostara en el tronco de la cei-:
ba desde la cual intentaba comprender cuanto ocurría: el
amargo y seductor hechiZD había desaparecido, el sortilegio
se había disipado y ahora todo era en extremo diferente. De
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ninguna manera aquel inmenso vacío y aquella sensación só gro hasta el fondo mismmde las aguas, en todos sus adema
lida de que la noc:he era tremendamente nocturna al grado nes y actitudes, se notara un cálculo firme, una determinación
de no existir sino ella, y que lo asaltó unida a quién sabe sólida y agresiva y un conocimiento de las cosas, desde el
qué anhelo lleno de inquietud. Noche, tinieblas, rotundo más lejano pasado hasta el más remoto porvenir, llenos de
vacío. Todo igual. Lo negro y ;o impermeable, sí, pero dis inclemente sabiduría a la vez que de impiedad.
tinto sin aquella ansiedad de hacía unos minutos puesto
único entre las otras sombras a causa de su manquedad
que esa negación del color, esa insólita ausencia de cosas vi
del brazo izquierdo, el Tuerto Ventura se desprendió de un
vas, de la noche, de pronto se había vuelto humana, de grupo hasta aproximarse a Gregario.
pronto abrigaba cosas monstruosamente humanas que habían -¡Ah, qué compañero ... ! -dijo desde lejos y sin que
roto para siempre la presencia de algo sin nombre, profun pudiera saberse si se expresaba con sarcasmo, ya que su
do, esencial y grave que estuvo a punto de aprehender y tono, inalterable siempre, sólo adquiría matiz por medio de
que hoy escapaba sin remedio. las vivas e intencionadas gesticulaciones del rostro, hoy ocul-_
Sin emb~rrgo, el rumor que arrebataba a la noche todo lo to en las tinieblas.
inéditamente nocturno y todo lo en absoluto falto de color, ~¡Ah, qué compañero! -repitió súbitamente junto a
no era otra cosa que un cierto murmullo provocado por los él-. ¡Tú que ni te miras en la oscuridá, de tan silencito ... !
hombres al arrojar, sobre los helechos marchitos que aban Gregario pudo percibir sin repugnancia, pues ya tenía cos
donaba el río en su más próximo recodo, pequeñas piedras tumbre de ello, el aliento agrio, de" maíz en proceso d6 fer
y trozos de barro seco, a fin de que los peces escondidos mentaCión, que Ventura exhalaba. Sus palabras lo hicieron
se animasen a huir hacia la corriente. sonreír: el silencio y Ja, quietud, el estar "tan silencito", lo
Este asombroso hecho contradictorio de no estar sola la hacían un ser invisible, una extraña suma corpórea de lo vi
soledad sino turbia y misteriosamente habitada, era lo que sual y lo audítivo, un ser que "ni se mira" de tanto no es
había disipado el sortilegio, la indefinible sensación llena de cucharse, esto esj que no existe. "Quizá -se dijo- se trate,
angu.->tia que ahora Gregario intentaba reproducir en vano. sin Ventura mismo proponérselo, de una bonita definición
Las calladas sombras de los pescadores se movían junto de la Muerte." Lo que ha dejado de oírse. Todo lo que ya
a la orilla con lentitud y tranquilidad pero como si tratasen, no se oye.
aparte algún motivo supersticioso, de no dar rienda suelta -La poza no quedó bien envenenada -dijo Ventura a
a su codicia ya que le tenían de antemano asegurada su sa guisa de inútil explicación~. No quedó bien; le falta un
tisfacción. No eran como otros pescadores que cifran su poco. ¿No te habrán quedado algunos trocitos de bar
fortuna a veces tan sólo en e! azar; sus movimientos eran basco ... ?
graves y contenidos y con la lentitud que, a pesar de todo, Si demandaba el veneno en esa humilde y sinuosa forma
o quizá a causa de serlo tanto, no puede ocultar un anhelo interrqgativa tan peculiar, lo hacía, sin duda, con el ánimo
confiado, jubiloso, e-stremecidamente secreto y que parece de que"-,H.!,J,Uello fuese interpretado como un testimonio de
anticiparse al goce de la posesión. De ahí que en su caute ~onsideraciün. casi 1.,1.na reverencia.
loso inclinar el cuerpo hacia la ribera, en su mágico percibir Indiferente y melancólico, Gregario tendió al Tuerto Ven
sobre la oscura y se diría sólida superficie del río el in tura dos trozos de la liana venenosa y luego advirtió cómo
aprehensible círculo concéntrico de alguna azorada vida sub éste se alejaba, para escuchar otra vez, allá lcjos,"--su voz.
acuática, en su penetrar con la mirada como. un cuchillo ne- -Te miro tr.iste, compañero Greg?rio. ¿Qué te pasa?
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ll
-·gritó esa voz, quizá irónica, burlona o sincera, no podría redondas pausas de ansiedad, en negras lagunas de anhelo
decirse, pues era una voz sin rostro-. Te miro triste. y ambición que cual una sola cadena ataban a los hombres
Te miro. Nuevamente como un incesto de los sentidos. entre sí con idéntico respirar e idéntico latido.
Nuevamente la maldita, enrevesada y certera forma de ex De pronto la superficie del río comenzó a bullir, desde el
presarse. Mirar en las tinieblas tan sólo a través del silencio fondo, con breves y múltiples erupciones acuáticas.
o de la falta de silencio de las gentes. "Desde Juego -pensó La voz del Tuerto Ventura se escuchó, llena de victorio
Gregono--, él no necesita los ojos para mirarme; me mira so júbilo:
con otros sentidos. Le bastaba con saber que callo, le bas -¡Ya prendió el veneno! ¡Al vado! ¡A la compuerta! ¡Lis
ta con no escucharme y con eso me ve." tas las atarrayas!
-No te preocupes, compañero Ventura. De veras no es Aquella erupción angustiosa parecía llover sobre la super
toy triste -repuso sólo por oír sus palabras y el sonido de ficie del río miles de salpicaduras, rápidas e indistintas, igua
ellas.
les a un granizo muy esférico pero que cayese en tiempos
Abajo, hacia la dulce curva que formaba la orilla del río, diferentes, y bajo las aguas se adivinaba el desesperado atro
Ventura comenzó a machacar el barbasco sobre un tronco pellarse, el frenético buscar respiración y el insensato. correr
produciendo un ruido lacerante. Así 11soltaría" la aborrecibl~ sin freno de los peces enloquecidos que al invadirles su at
liana su poder de muerte; así se empaparía de su propio m-ósfera con la asfixia del veneno huían corriente abajo sin
zumo amargo y criminal. comprender, atónitos, casi humanos en su brutal empeño en
Al terminar Ventura cesó todo ruido, pues los hombres no morir.
esperaban en silencio, religiosamente inmóviles, la obra ape -¡Al vado! ¡Al vado! -se escuchaba, única, la voz de
nas lenta del veneno. Ventura.
. Gr~g?rio vol~ió a entrecerrar los ojos a tiem-po que un Gregario se despojó de su camisa y corrió junto con los
aire tibiO le agitaba la camisa y le humedecía el pecho. hombres que bajaban al vado a tiempo que sentía en la
Quiso abandonarse en medio de aquellas sombras propicias epidermis, como una herida, el contacto de la violenta, de
a sus inquietudes, al ansioso deseo de establecerse a sí mis la hambrienta alegría animal de todos ellos.
mo y medir, hacia lo hondo, su propia existencia, pero la Imposible detenerlos. Durante todo el día, de una madru
flotante realidad que lo envolvía, los hombres quietos y aten gada a otra, habían trabajado para ese momento y ahora se
tos, la priet.a y lentísima tumba del río con su amargo callar, precipitaban sin sentido, en desorden, el alma impune, hacia
todo ese remo exacto del acecho y de la espera, tenía mucho el maná. Era el maná del río. Algo absurdo que, sin em
más poder y lo sujetaba violentamente sin permitirle esca bargo, nadie podría impedir. Febriles y al mismo tiempo
patona. casi religiosos en esa forma impulsiva y seca de su fiebre,
A poca distancia, fuertes y gigantescos, Jo que hacía de en esa forma intolerante de su ansiedad, corrían hacia el
aquello algo aún más conmovedor, Jos juncos del ribazo se vado~ río abajo, certera la mirada a través de la noche, orien
que¡aban con un gemido rasante y doloroso. Era como el -tándose entre Jos vericuetos y entre las hierbas húmedas de
llanto de las viejas embarcaciones que atadas a los muelles -la ribera que crujían apenas con un sollozo bajo la planta
languidecen de melancolía con su crujientes armaduras. • de los pies.
El transcurrir de cada instante se percibía bárbaro e in Gregario casi experimentaba dolor físico, aturdido, aban
verosímil y la noche iba soltando el futuro del tiempo en donado, también ya un poco enfermo de ese virus, en medio
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de aquellas gentes cuya naturaleza, inexorable y primitiva, Aquél era el sitio. Las mujeres, que no se habían adver ..
se imponía sobre el espíritu tan invasorarnente como Ja selva tido durante todo el trayecto desde las pozas hasta el vado,
virgen. "Hace un minuto -pensó con angustia-, hace un ahora descendían de pronto por ambas márgenes, sin ruido,
segundo todo era silencio. Es cierto que un espantoso silencio con abstracta voracidad, con apresuramiento de hormigas
de seres vivos, pero aun este silencio ya no existe; y no por furiosas, para encender en un segundo grandes hogueras que
nada, ni siquiera porque la noche no haya cesado todavía." súbitam·ente nacían en la noche como turbulentas manos de
Porque, en. efecto, la noche parecía proponerse no alterar su fuego.
extensa y profunda dimensión, su dimensión de curvo abri Era extraordinario no haber notado a las mujeres. No
go prenatal, de negro vientre sobre el hemisferio, aunque haber advertido esos cuerpos que, sin embargó, habrían co
ahora su t~emcnda piel de serpiente uná.nime, como a influjo rrido con igual furia y anhelo que los demás, sólo que me
de un destmo trastocado que se suponía iba a ser nocturna
nos que en silencio, sin respiración, sombras de sombras
mente quieto y de pronto no lo era, impulsada por el rumor junto a cada uno de sus tristes y despóticos machos. Una
de los pasos y el arrojarse de aquellos trescientos hombres ~· imagen viva de negra, hermética, amorosa e inamorosa su
sobre el río, quizá más negra por causa de esto movía torva misión y voluptuoso sufrimiento.
Y viva, sus lentas y seguras escarnas. "Y no e~iste ese' silen A la luz de las hogueras pudo verse el sólido y recio di
cio -se repiti-ó Gregario-, ni siquiera porque la noche ya que de varejones hecho para interceptar la corriente del río
no terminará sino hasta el fin de la vida." en su nivel más bajo, y una compuerta, a la mitad, que al
Quiso preguntarse si estos pensamientos no obstante eran levantarse en el momento oportuno permitiría el escape de
valederos y si no estaba bajo la influencia de una hipertrofia agua necesario para la tumultuosa salida de miles de peces
de la sensibilidad que lo inducía a ver las cosas con ojos -los juiles cuya digna expresión, a causa de los ásperos
sobrenaturales. Quiso preguntars-e, pero el contacto violento bigotes, es tan singularmente asiática como Ja de algún gor
y abrumador como una argolla, de aquella masa, no lo de do, viejo y pálido mandarín- yue en su horrorizado intento
jaba. Habían envenenado el río. Eso era todo, pero Grega por salvarse de los efectos del barbasco en las aguas altas
rio, dentro de sí, adivinaba en este hecho la existencia de caerían así en las toscas atarrayas de los pescadores.
algo más, bárbaro y estúpido. Sin embargo, la masa, casi Otra vez, como a un tenso conjuro, como a una orden no
lúbrica en su afán de poseer, no lo dejaba. No lo dejaba pronunciada, se hizo un silencio idéntico a cuando los hom
razonar, como si la claridad de pensamiento, los caminos bres, allá arriba, se inmovilizaron dura y blandamente, fríos
normales de la lógica, sucumbieran ante lo subyugador e J y cálidos, capaces de detener el curso de su corazón por
inaudito de aquella inconsciencia bestial y única, pero que i obra de la sola voluntad. Era un silencio alerta, de multitud
tal vez no radicase tan sólo en ellos ni en sus cuerpos des mala, hostil e impune que, no obstante, ejercía su derecho
nudos, ni en sus ojos, cargados de una relampagueante, se ¡ sobre el río por ser dueña legítima de él.
creta y casi desinteresada codicia. Algo. Algo que aún no Tras el fuego, inmóviles como diosas, las mujeres mira
era posible formularse pero que después, cuando estuviera ban obcecadamente, mas no hacia afuera sino hacia adentro
lejos de ellos, llegaría a su mente con una claridad tremen ji de ellas mismas, con los ojos ya artificiales a fuerza de quie
da y tal vez para siempre desconsoladora. " tud, en tanto sus cuerpos, sólo desnudos de la cintura para
-¡Unos de un lado y otros de otro! -ordenó la voz arriba, mostraban los oscuros senos que parecían moverse
enorme de Ventura. con rítmica elocuencia al ondular de las llamas.
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Entretanto los hombres ya se habían colocado a la mitad ser en los rostros de Acamapichtli o Maxtla, de Morelos o
del río, en torno de la compuerta, y sus cuerpos desnudos de Ju árez, que eran rostros no humanos del todo, no vivos
de obsidiana lanzaban oscuros destellos. Una primera lí del todo, no del todo nacidos de mujer; como de cuero,
nea de diez hacía ángulo con el dique como base, y otros como de tierra, como de Historia. Después, con la grosera
ángulos, atrás del primero, prolongaban la sucesión como exactitud de algo tangiblemente orgánico, capaces de pasio
una escuadra precisa en orden de combate.
nes, vicios y vergüenzas, dentro de un rostro material y fi
Reinaba un ánimo de seguridad y de alegría previa y so siológico sujeto a los fenómenos de la naturaleza, a las se
lapada, y los o¡os, todos puestos en el sitio por donde sal creciones de toda clase y a las eventualidades del frío o
drían los juiles, brillaban con un aire concupiscente. del calor, del amor o del odio, del miedo o del sufrimien
Estaba a punto de llegar el solemne, activo y afanoso mi to, de la vida o de la muerte.
nuto en que la compuerta fuese levantada, pero Ventura, La luz del fuego daba a Ventura su verdadero tono y se
con su gran y penetrante ojo de cíclope quizá descubrió algo
comprendían entonces su potencia y seducción. La osada na
fuera de orden o simetría porque hizo un ademán rotundo. riz de buitre, la frente talentosa, los labios entreabiertos en
. -;-¡El fl~co que está a la orilla derecha, en la primera una sonrisa apenas matizada de sutil desprecio, hacían de
f1_la. -gnto en lengua popoluca a tiempo que señalaba ha
su figura, que en contraste era regordeta y baja, algo no obs
cm la compuerta. Hubo un movimiento hacia él, mas de
tante épico. En esta forma no era difícil imaginar cuando
pronto Ventura detuvo su ademán en el aire y una sonrisa
en sus misteriosas escapatorias de quince y veinte días se
divertida y gozosa se dibujó en su gran ojo.
dedicaba al robo de reses en territorios de Oaxaca y Chia
-No me había fijado ~agregó al reconocer al hombre pas, y verlo ·entonces como un rayo ecuestre, de un sitio a
como a uno de los hijos del cacique de Santa Rita Laurel otro, la rienda de su caballo sujeta entre las mandíbulas
que tú eres Santiago Tépatl, el de Jerónimo.
mientras el brazo viudo haría restallar en el aire la soga; ni
Jerónimo Tépatl intervino dulcemente: difícil tampoco evocar su imagen juvenil del año de nove
-Sí que's mijo,_ como lo miras. cientos siete, cuando militó en las guerrillas de Hilario C.
Ventura lo consideró atentamente con el ojo burlón: Salas, y debió ser, junto al precursor revolucionario, una
-Ha cr:ecido mucho, pero está todavía muy flaco ... especie de centella sombría, una especie de negra ráfaga
-dijo con suavidad-. Quítalo de ahí y que se ponga en implacable.
su puesto un hombre fuerte.
Era imposible para Gregario apartar la vista de aquel
Ventura fue obedecido sin replicar y otra vez, silenciosa hombre que representaba un pedaw tan vivo del pueblo: ·
e inexorablemente, las cosas tomaron su curso. burlón, taimado, sensual y cruel. Muy pegado a la tierra,
A la luz de las hogueras el rostro del Tuerto Ventura era muy existente, muy sólido, no podía estar más lejos de lo
visible en toda su inesperada y extraordinaria magnitud. que S'e concibe como una figura mítica o legendaria, pero
Hombres con ese rostro habían gobernado al país desd.e tal vez la circunstancia de no haber muerto a pesar de tan
tiempos inmemoriales, desde los tiempos de Tenoch. Sus tos azares, o el hecho, cuando menos aparente, de que bus
rasgos mostraban algo impersonal y al mismo tiempo muy cara en todo tiempo la ocasión de morir, hacía que las
propiO Y consc1ente. Primero como si fuesen heredados de gentes, con algo así como una amorosa superstición, le otor
todos los caudillos y caciques anteriores, pero un poco más garan cierta potestad de taumaturgo, de sacerdote, de jefe,
de las piedras y los árboles, como tal vez, de cerca, debió de patriarca.
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