Table Of ContentJavier Barraycoa
Cataluña hispana
Historias sorprendentes de la españolidad de Cataluña y el fraude del nacionalismo
¿Sabía que la primera capital de la España unificada por los godos fue Barcelona? ¿O que la Marca
hispánica ya reunía condados navarros, aragoneses y catalanes, prefigurando la reunificación de España?
¿Conocía que la Barcelona de 1714 estuvo defendida también por un Tercio de castellanos y que Felipe
V, tras la Guerra de sucesión, constituyó un cuerpo para su protección personal dirigido por catalanes?
¿Sabía que en Barcelona, cuando nadie conocía la sardana, el baile más popular era el de San Isidro,
en memoria del patrono madrileño? ¿O que hasta la llegada del catalanismo, a ningún catalán se le
ocurrió poner el nombre de Jordi a sus hijos? ¿Y que el Monasterio de Montserrat tuvo monjes
castellanos durante cuatro siglos y dependía de la comunidad benedictina de Valladolid?
¿Alguien le habló de cuando el Himno de España sí tuvo letra oficial y que fue compuesta por un
catalán? ¿Y que el origen de los «Castellers» no fue catalán sino valenciano? ¿O que en el diccionario de
lengua española hay más de mil vocablos de origen catalán? ¿Sabía que los catalanes participaron en
todas las grandes gestas militares del imperio español, como en la crucial batalla de Lepanto?
Este libro descubre infinidad de historias que demuestran la verdadera esencia hispánica de Cataluña
y desvela la mitología y las miserias intelectuales del nacionalismo catalanista. El nacionalismo ha sido
el verdadero «descatalanizador» de Cataluña queriendo privarle violentamente de su naturaleza hispana.
Sin Hispanidad no existiría Cataluña, sin Cataluña no podrá existir la Hispanidad.
Título original: Cataluña hispana
Javier Barraycoa, 2013
«Leer demasiados libros es peligroso».
MAO TSE-TUNG
«El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad».
ALBERT EINSTEIN
«De aquí procede el que la ira del cielo haya trocado muchos reinos de la tierra, de tal modo que
a causa de la impiedad de su fe y de sus costumbres ha destruido a unos por medio de otros».
Canon 75 del IV Concilio de Toledo
A mi padre y mi abuelo paterno.
Sin paternidad no hay Patria.
Cant a la Immaculada, patrona d’Espanya,
de
Mossèn Cinto Verdaguer [*]
Oh Verge immaculada,
per vostra Concepció,
d’Espanya Reina amada,
salvau vostra nació.
Concebuda sou, Maria,
és lo càntic celestial
que la terra al cel envia
com un himne triomfal;
Concebuda sou, Maria,
sens pecat original.
Vós, Maria, sou l’estrella
que guià Espanya al Nou Món,
la de l’alba hermosa i bella
de la glòria que se’ns pon.
Oh Maria, hermosa estrella,
resplendiu d’Espanya al front.
Quan sa Reina era Maria,
nostre regne era el més gran,
sa bandera el món cobria
des d’Amèrica a Lepant.
Si a regnar torna Maria,
ses grandeses tornaran.
Vós d’Espanya sou la glòria,
Vós lo Sol del Principat;
nostra pàtria i nostra història
Vós, oh Verge, ens ho heu donat:
tronos són de vostra glòria
Covadonga i Montserrat.
Patrimoni ets de Maria,
oh d’Espanya, hermós país!,
mes avui l’error hi nia
que et farà poble infeliç.
Oh!, xafau-li el cap, Maria,
que és la serp del paradís.
Canto a la Immaculada, patrona de España,
de
Mosén Jacinto Verdaguer
¡Oh Virgen Inmaculada
por vuestra Concepción,
de España Reina amada
Salvad nuestra nación
Concebida sois María,
Sois el cántico celestial
que la tierra envía al cielo
como un himno triunfal;
Concebida sois María
sin pecado original
Vos, María, sois la estrella
Que guió España al nuevo mundo,
la del alba hermosa y bella
de la gloria que se nos pone
Oh María, hermosa estrella,
Resplandeced al frente de España
Cuando su Reina era María.
nuestro reino era el más Grande
su bandera cubría el mundo
desde América a Lepanto.
Si vuelve a reinar María
sus grandezas volverán
Vos de España sois la gloria
Vos el Sol del Principado
Nuestra patria y nuestra historia
Vos, oh Virgen, nos los habéis dado:
tronos son de vuestra gloria
Covadonga y Montserrat
Patrimonio eres de María
oh de España, hermoso país,
Mas hoy hay un error
que te hará pueblo infeliz
¡Oh! Chafadle la cabeza, María
que es la serpiente del paraíso.
INTRODUCCIÓN
«Lo que muestra la imagen del pasado que se nos ofrece no es tan importante como lo que oculta»
(ÁLVARO GARCÍA)
¿TURISTA EN TU TIERRA?
Paseamos por el barrio «gótico» de Barcelona. Entrecomillamos lo de gótico, porque ese es un
nombre inventado en el siglo XX para los turistas. Tradicionalmente se llamó el barrio de la Catedral,
cuando ésta aún no contaba con la fachada actual, que data de principios del siglo pasado y que muchos
toman, sin saberlo, como medieval. Muy pocos catalanes conocen bien la zona, la historia de sus calles,
los detalles recónditos. Hay pequeños-grandes «secretos» que esconden las piedras; y también muchas
«mentiras» que se ofrecen inocentes a los incrédulos turistas. Estos efímeros trashumantes del asombro
y la fotografía no pueden alcanzar a comprender que el barrio «gótico» es una invención muy moderna.
A inicios del siglo XX, un grupo de catalanistas fundó la Sociedad de Atracción de Forasteros, con la
intención de cautivar a turistas y captar inversiones para la ciudad. Su mayor éxito fue la organización de
la exposición de 1929. Ese proyecto fue continuado por el franquismo, hasta que finalmente se logró
crear un atractivo ambiente (falsamente) medieval que embriaga el alma errante entre callejuelas.
La burguesía catalanista, ante el impulso que supuso la llegada de inmensas fortunas de las viejas
colonias, y de la fundación de nuevas industrias que ello propició, decidió transformar una ciudad
provinciana, insalubre, mal comunicada y con evidentes problemas políticos y sociales, en un modelo de
ciudad cosmopolita. El catalanismo, también deseoso de rememorar el esplendor de la época de la
Corona de Aragón, puso en marcha este proyecto arquitectónico en el barrio, que remitiera a tan augustas
raíces medievales y uniera la ciudad moderna con sus fundamentos romanos, e incluso ibéricos. Al
abrirse la Vía Augusta, permitió que algunos edificios centenarios se pudieran trasladar, piedra a piedra,
al degradado barrio de la Catedral. En pocas décadas la zona fue tomando el aspecto actual. Se recurrió
a la «restauración de estilo», que era una técnica copiada de Francia que había promocionado el
«movimiento de restauración arquitectónica para la glorificación de la Patria». El Estado francés se
dio cuenta de que la recuperación de antiguas joyas arquitectónicas exaltaba el orgullo por el pasado
y legitimaba el estatalismo vigente. La arquitectura se convertía así en un poderoso instrumento de
propaganda política. Por su parte, los catalanistas siempre tuvieron puestas sus miras en las novedades
parisinas y aprendieron rápidamente este mecanismo de educación social. La barriada decadente de la
que hablamos vio cómo mediocres luceras eran sustituidas por encantadoras copias de ventanales
góticos. De la nada aparecían magníficos edificios medievales donde antes había casas obreras en mal
estado. Ello no quita que los turistas fotografíen con entusiasmo todo lo que les parezca vetusto sin ser
capaces de distinguir lo verdadero de lo falso. Igualmente, se emocionan al ver el bello puente neogótico
que se alza sobre la calle que va de la plaza san Jaime hasta la Catedral. Sorprendentemente, la obra es
de 1928, construida por Juan Rubió y Bellver. Pero da igual, todo paseante piensa que es una reliquia del
pasado y lo fotografía como quien captura digitalmente la historia. Al visitar la famosa Casa de la
Ardiaca (una verdadera joya medieval), cualquier experto puede encontrar donde un restaurador
«bromista» restauró, a principios del siglo XX, un bajorrelieve medieval donde aparece el busto de un
«hombre medieval» con americana y corbata. Los turistas pasan por delante y son incapaces de percibir
el anacronismo.
No es de extrañar que en la Lliga Regionalista (primer gran partido catalanista, cuya época de
esplendor fue durante el primer cuarto del siglo XX), estuvieran involucrados muchos arquitectos como
Puig y Cadafalch o Domènech y Muntaner (el restaurador de la Casa de la Ardiaca). Incluso se puede
considerar como el primer gran acto catalanista, de un catalanismo todavía sin concreción política, la
masiva celebración de la restauración arquitectónica del Monasterio de Ripoll, en 1893. La arquitectura,
para aquellos hombres en los que ya latía el catalanismo, no era sólo arte sino un potente mecanismo de
adiestramiento popular. Sin saberlo, habían descubierto una de las dimensiones esenciales de la
propaganda moderna. Miles de catalanes acudieron a Ripoll, considerada la «cuna de Cataluña», para
celebrar el renacimiento de un pueblo reflejado simbólicamente en un milenario monasterio recién
restaurado. La Renaixença —el renacimiento— de la «nación catalana» se estaba produciendo, y no sólo
en el plano literario, sino también en el «espiritual» y «material» (la arquitectura conjuntaba estas dos
dimensiones del hombre). Con motivo de este acto, por primera vez en la historia de Cataluña, se vieron
ondear miles de banderas catalanas. Las autoridades eclesiásticas del Principado demostraron su
capacidad de movilización y organización. Tras casi un siglo de persecuciones liberales, creían ser los
fautores del renacimiento cristiano de Cataluña, gracias a la aplicación de una «pastoral catalana» que
sustituía a la «castellana». El pueblo católico podía, por tanto, sentirse partícipe de la resurrección de la
«madre patria». Una ilusión que, como veremos, duraría bien poco.
La arquitectura modernista era algo más que un movimiento arquitectónico o artístico. Se transformó en
una forma de extender la nueva ideología de la burguesía catalana, que no era otra que el nacionalismo.
Romanticismo, wagnerismo, fantasías, sublimación de las medievales, esculturas de valquirias o la
recreación de una falsa naturaleza se entremezclaban y se plasmaron en piedra con la intención de
embelesar al mundo y darle a conocer una «nación» que —como Ave Fénix— resurgía de sus cenizas.
Curiosamente, Gaudí nunca se consideró «modernista». Para él, católico de pro, el «modernismo» se
asociaba a la doctrina que había condenado San Pío X en la Encíclica Pascendi. Por eso siempre quiso
desmarcarse de ese epíteto.
Por las plazas del barrio «gótico», como la del Rey o la de San Felipe Neri, un especialista,
o cualquiera que se preocupe por la historia de su ciudad, puede reconocer los edificios que fueron
trasladados en el siglo XX. Lo mismo ocurre con los palacios medievales que rodean el ábside de la
Catedral. Hace cien años no estaban ahí. Entrando por la antigua puerta romana que da al carrer del
Bisbe (Calle del Obispo) se pueden vislumbrar las piedras que colocaron los romanos hace más de 2000
años. A esta calle se accede desde la Plaza Nueva, donde se encontraba una de las cinco horcas de
Barcelona en las que —obviamente— se ejecutaba a los condenados a muerte. Hace tan solo 60 años, los
edificios que ocupaban esa zona desaparecieron para dejar paso a un gran «espacio turístico»: la gran
plaza de la Catedral. Si uno observa la zona con cuidado puede descubrir los restos de un «acueducto
romano»; sin embargo, su antigüedad data de los años 50 del siglo XX, y fue construido como atracción
para los turistas que empezaban a frecuentar la ciudad.