Table Of ContentA f r G F
M/VZAK
LOIN SO
BAJO LL SIGNO DE LA REVOLUCION
RAFAEX SALAZAR ALONSO
B a j o el s i g n o
de la Revolución
MADRID
LIBRERIA DE ROBERTO DE SAN MARTIN
?UKftTA DEL SOL. «
T«UfOB0
E X P L I C A C I Ó N
A^í> tf5, ni mucho menos, imprudente costumbre esperar al
transcurso largo de los tiempos, a la liquidación de las etapas,
o simplemente a la vecindad de la Muerte, para que los hom^
ptopi«¿«4. bres que pasaron por puestos de responsabilidad escriban sus
Qu<¿* «I ¿epóiito Memorias o desvelen el misterio de la época en que gober^
naron.
qiu mtrc« U Uy.
Pero acontece que hay en los países circunstancias en que
el tiempo marcha veloz, los acontecimientos se precipitan y la
Historia implacable no espera a tales o cuales fechas, sino que
impone que se consigne la de cada instante y se fije ia de
cada minuto.
Si el hombre público recibe la sensación de esa necesidad
o percibe ese inapelable mandato, ha de interrogarse sobre si
su silencio es licito, cuando puede engendrar error.
Para mi no hay opción. Callar puede suponer la firma de
pólizas de seguro político a corto plazo. Hablar, contando a
mis conciudadanos cuanto aprendí en unos meses de go^
blerno, supone saltar hacia alturas que otros logran después
de muchos años, cuando ya nada esperan ni nada quieren, y
están libres de tas trabas de la conveniencia o del posible be
neficio. Es decir, más lisamente, que me considero, al escribir
K í. t c i . fbt este libro, en los umbrales de mi término. Que sueltos aquellos
ftilos que me pudieran sujetar al presente y que, en fin, pe-
Mrand0 en las ésferas de la Historia acepto y aun me impnh
Imp. BMx RMTOimoi. — iíMrtSn d« IcM Htree» 0 .
MMICACIÓN* 7
láXFLlCAdiUi
mis decires alcancen al Decidor máximo de la República de
go tos vetos consecutivos a ¡a rebeldía, a la imprudencia y,
trabajadores que nos dimos un buen día de abril de I93J.
¿cómo no?, los adjetivos con que se suele rodear al /líím-
Literaturas aparte, es lo cierto que suena la hora de las
bre gue iodo Ío cuenta sin otro limite de secreto que el que
grandes verdades. Digámoslas aunque perezcamos. ¿Qué im~
su propia conciencia señale, atenta a¡ t>ien patrio.
portan los hombres? Hacen mal quienes, padres, hijos, sobri
Va dicho con esto que mi decisión es firme, que he con
nos y demás parentela de la Revolución, no conocen que las
trapesado ventajas e inconvenientes^ y que sin escribir cuar
Revoluciones devoran a sus hombres unos detrás de otros. Fe
tillas para escándalo, juzgo menor el estrago con la publica
nómeno éste de que no se libró ningún país, y que acaso jus
ción que con el silencio de noticias y antecedentes.
tifique ta inexplicable antropofagia de algunos que desde las
Por otra parte, tengo para mí que no habrá autoridad bas~
alturas muestran sus fauces dev oradoras de hombres y de par
tante a vituperarme. Siempre resultó que cuando la pruden^-
tidos con la visible esperanza de quedar su Estómago como
eia no anidaba en el Palacio de los Principes, no se podía
Himalaya inasequible.
buscar en las chozas de los súbditos. Regla ésta que no es
Basta ya de prólogo, me gritará el caballero que juzga
Impertinente en las Repúblicas; antes bien, de gran oportuni^
con razón que largos proemios enervan la intensidad de ¡a
dad, ya que las Repúblicas exigen más cuidado, más tino,
obra. Pero era necesaria esta explicación antes de meterme
mayor mesura a quienes se hallan en lugar de Principes, por en harina, que la habrá, y mucha, aunque su abundancia no
que aquéllos son hombres del pueblo, por el pueblo elegidos, excluya algunas mohinas.
y éstos tienen presunción divina que disculpa u oculta los vi
cios, mas dados a la imitación cuando el último súbdito pue'-
de suponerse propicio al primer lugar.
La crónica de estos tiempos bien acredita que el dudada-
no Primero sirve de ejemplo, y su facundia incontenida exci
ta a ¡os segundones a imitarle en largos discursos. Imitación
ésta nada temerosa, ya que aunque se descienda a relatos mi
núsculos, a referencias personales, tan alto sello los avala.
He ahi, pues, lector amable, por qué doy a la estampa es-
tas impresiones sin contenerme en lo que se ha dado en llamar
secretos de Estado. Repasé muchas historias y lei muchos
cánones antes de decidirme a tan singulares empresas. A fe
que no hallé nada que me prohibiera escribirlas, y cuando mis
oídos oyeron en cámaras palatinas, no importa que no sean
regias, comentarios y dicterios sobre unos y otros políticos,
considerémé en libertad para traerlos a las prensas, úunque
ANTBCSDSNTE9
1a Dictadura 7 U« moBán|Qlcoi.«^El odio » Lerrovx^Loi noDftrqalcoft
•n l* RcpAbUcft.—lA» lotl*i<~El P»cto de San SftbMtUin.—La D«f«cha
»poblleasa 7 lo» sMlallBtiiB.—Elecciones munlclp«Uei.—Lorronx en «1
Gobierno provleioaal.—Lob oompromlsoft del Fro»ldente de la Repflbilca.
Lae CortMr en Convenclóa^VlBita d* Martines Barrio, Asafia 7 DonüA'
fo a Lerroux.^^aida de Lerroiuc.
E$ conveniente recordar algunas cosas en relación con el
advenimiento de la República. Tal vez si refrescáramos !a me»
moria con más frecuencia los espartóles, no aparecerían mis**
teriosos muchos hechos de fácil explicación en esta política
nuestra, tan intnncada y en hartas ocasiones tan poco noble.
No podemos remontarnos a épocas» si bien cercanas» ya
remotas en el cómputo de los acontecimientos. No es mi
pretensión escribir una historia de los últimos días de la Mo
narquía y de la proclamación de la República. Más modesto
el intento, redúcese a explicar mi paso por el Ministerio de la
Gobernación en unos meses que eran previos al movimiento
de octubre. Pero quedarían muchos cabos sueltos a) hacer de
terminadas consideraciones, sí no aludiera aquí a algunos an
tecedentes de valor innegable.
La Dictadura del general Primo de Rivera separó a mu
chos monárquicos de la consideración del rey. Unos mantu
viéronse a honesta distancia del Poder triunfante, otros lan-
I Járonse a conspirar sin finalidad republicana, con el propó-
RATABL SALAl^lt AltììtS9 BA}0 EL SIGKO Db LA teVOLIXlÓN n
sito de devolver a ia Monarquía el brillo liberal que la carac Pero es forzoso reconocer que los socialistas se mantenían
terizó en su comienzo. Algunos, y no desde el primer instante, con mayor firmeza, seguían su táctica con mayor inteligencia
declaráronse republicanos, francamente republicanos. Y hubo y cuidaban de no comprometer sus cuadros en aventuras re-
otros que sólo hicieron esta declaración en los últimos tiempos revolucionarías, a las que iban desde el viejo progresista a lo
del régimen, cuando el malestar público señalaba con clari Ruiz Zorrilla, hasta el neófito republicano señor Alcalá-Za-
dad el posible cambio. mora, pasando por personajes de actitud borrosa y sin aho
Mientras, los republicanos seguíamos viviendo con lan rrar muchas veces el elemento cómico a que tanto se prestan
guidez en nuestros casinos modestos, en nuestras tertulias in ias conspiraciones.
disciplinadas y en nuestros partidos, sin organización ade Las logias actuaban con inusitada intensidad, y sus cautos
cuada al momento. dirigentes procuraban herir la Imaginación de las nuevas tro
El señor Lerroux, visión certera, calaba sin equívocos en pas con relatos hiperbólicos, con planes fantásticos, con cen
el porvenir, y consciente de las dificultades pdra la eficacia sos numerosísimos.
de la Revolución, acopiaba con benedictina paciencia elemen Pronto la Revolución fué dirigida por Indalecio Prieto,
tos que un dia fueran útiles a U obra ingente de Instaurar que contaba con más ascendiente en los bisoños revoluciona
una República. Es entonces cuando su alto espíritu de abne rlos que en las masas obreras, más atentas a las órdenes de
gación y sacrificio ofrece mayores muestras. Nunca una in Largo Caballero que a las exaltaciones y habilidades del fa
transigencia, jamás un veto. Siempre la acogida entusiasta, el moso caudillo.
consejo prudente, la asistencia sin ulterior pensamiento para Prieto, hombre de superior inteligencia a la de sus alia
hombres y grupos que le llamaban aun a regañadientes. dos, buscó para que fueran sus valederos a Azaña, Alcalá-
No hay que olvidar que don Alejandro Lerroux no era Zamora, Maura, ninguno de los cuales podía ofrecer, aparte
bien visto por muchos republicanos, que le habían combatido sus condiciones personales, ese atractivo que tienen las figu
con saña. Era denostado por los socialistas, que veían en él ras consagradas a la defensa de un IdeaL Para Prieto, el hom
al hombre capaz de oponerse a sus avances. Era despreciado bre peligroso era Lerroux, y con el odio a Lerroux trenzó a
por los monárquicos que acudían a Sas playas de la Repúbli unos y a otros, sometiendo al jefe radical a verdaderas vejacio
ca y no admitían la figura que fuera obstáculo para sus de nes, apartándole de la tarea revolucionaría a pretexto de esas
signios de dirigir al nuevo régimen. calumnias con que siempre rodearon sus enemigos a don Ale
Don Alejandro Lerroux callaba y sonreía. A expensas de jandro Lerroux.
su propio partido, fomentaba la Alianza republicana como Hemos oído referir al ex presidente del Consejo de minis
tránsito posible de aquellos sectores que no hallaban como tros episodios que contristan el ánimo. Lerroux, sin embargo,
didad en los clásicos partidos republicanos. sufría resignadamente para no poner en quiebra la obra re
Los monárquicos, atraídos por el discurso del señor Al- publicana. Hemos oído nosotros mismos burlas a costa de
calá-Zamora en Valencia, veían factible el paso a la Repúbli Lerroux.
ca conservando su orientación de derechas. Por eso e$ un hecho evidente que a quien menos respon-
sabilidad alcanza del famoso pacto de San Sebastián es al se
del cual pudieran girar los diversos maticcs de la democracia
ñor Lerroux. En una Asamblea de su partido, celebrada en el
española. Otro partido. Derecha republicana, que a pretexto
Teatro Victoria» habló con gran emoción del sacrificio que
de facilitar pasaje a los elementos monárquicos que desearan
para él suponía dicho pacto.
incorporarse al régimen a instaurar, era verdadera contención
No creemos que el pacto de San Sebastián sea otra cosa
para que no se interrumpiera con esas aportaciones la línea
que un compromiso entre las fuerzas asistentes para defender
trazada por los dirigentes revolucionarios, satélites del parti
sus postulados en la República, a cambio de la colaboración
do socialista.
revolucionaría. Nadie le ha explicado, nadie conoce los tér
Obsérvese que buscamos en este recuento de hechos la
minos en que está concebido^ nadie sabe a ciencia cierta su
parte política que habría de tener más tarde repercusiones
alcance. Lerroux no dijo nada de eso en el Teatro Victoria.
en el Gobierno de la República ya instaurada. Hay una serie
En los Comités de Alianza republicana no se explicó tampoco.
de episodios, que no hacen al caso, que son ya conocidos por
Luego, en el Parlamento, no se ha aclarado nada. ¿Por qué
que diversos escritores se han encargado de revelar lo que
ese misterio en materia tan transcendental?
fué aquella revolución en su exteriorización violenta.
Lo cierto es que más tarde se ha visto cómo aquellas fuer
Esos partidos así unidos para operar bajo el signo de la
zas siguen coaligadas y cómo lo estuvieron en momentos gra-
Revolución, tuvieron que transigir con el pensamiento de Lar
vísimos para España, sin excluir a nadie que no sea a Le
go Caballero, nunca, dicho sea en su honor, recatado ante las
rroux, ya que el histórico discurso del Presidente de la Repú
masas ni ante el Parlamento. Con los nacionalistas vascos,
blica, después de los sucesos de octubre, equivale ni más ni
con los separatistas catalanes.
menos a las notas de los partidos que dirigen los señores Aza-
Verá el lector en estas páginas cómo esa alianza surge en
ña, Martínez Barrio y Maura.
el verano de 1934, que nos proponemos historiar, cómo esa
V parece evidente también que el pacto fué contra Le-
alianza aparece ya sin aquel estorbo del partido del señor Le
rroüx. *‘No me fío de Lerroux**, dijo un día Prieto a Martínez
rroux, que de hecho no tenía complicación en semejante corw
Barrio, acompañando (a frase con otras mucho más duras.
tubemio.
Compromiso fuerte, sin duda, que abarcaba a las fuerzas Llegó marzo de 1931. El Gobierno de! almirante Aznar
puestas en movimiento en octubre y al propio Presidente, convocó elecciones. Una reposición de Ayuntamientos fué trá
siempre cohibido» siempre cauteloso para no aparecer que mite previo a la consulta electoral.
brantando dicho compromiso, en sus resoluciones como Po El Comité revolucionario acordó, con fina perspicacia, acu
der moderador. dir a las urnas. Tampoco es éste lugar para un examen de
Así, pues, las huestes revolucionarias llegaban a finales aquel magno acontecimiento que produjo la caída de la Mo«
de 1930, situadas de esta formar Los partidos republicanos
narquia. Si lo es para recordar algo en que nosotros intervi
divididos, con una serie de grupos y capillas conectados por nimos: el Comité electoral de Madrid.
la Alianza republicana» que en vez de nutrir al radical servía Cuando dicho Comité se reunió para acoplar las candida
para impedir que éste fuera fuerte y posible núcleo alrededor turas por los distritos madrileños, los partidos coaligados
